La fiesta contagia aún sin los dueños de casa

Una fiesta sin anfitrión, una euforia de miles en casa ajena seguida con nervioso celo por las autoridades brasileñas para conjurar excesos ha estallado hoy en Río de Janeiro con las primeras luces del 13 de julio.

Una fiesta sin anfitrión, una euforia de miles en casa ajena seguida con nervioso celo por las autoridades brasileñas para conjurar excesos ha estallado hoy en Río de Janeiro con las primeras luces del 13 de julio.

Pudo haber sido antes pero los ocupantes de las caravanas de automóviles llegados desde territorio argentino se dieron ayer una tregua para reunir fuerzas tras el desgaste de sus descomunales viajes terrestres.

Quienes arribaron procedentes de Ushuaia, la ciudad argentina más lejana de Río de Janeiro, debieron atravesar unos 5.587 kilómetros en tanto que desde Buenos Aires el trayecto superó los 3.500, un poco más de la mitad de los 1.248 kilómetros que separan a los cariocas de la provincia de Misiones.

Otros miles de hinchas instalaron su campamento en los alrededores del sambódromo.

Pero alemanes y argentinos también llegaron por el aire y enseguida muchos hacían presencia sobre la arena de la playa, en los bares, en los restaurantes.

La Avenida Atlántica, que cruza paralela a la calzada de la playa de Copacabana fue tomada por los visitantes ante la mirada curiosa de los brasileños que se quedaron sin fútbol desde ayer, cuando su selección apenas pudo alcanzar el cuarto puesto.

Por primera vez el portugués dejó de ser el idioma de los hinchas del fútbol en Río de Janeiro.

Y por primera vez las consignas de "Soy brasileño, con mucho orgullo, con mucho amor", y dio paso a estribillos difíciles de olvidar como "Brasil qué se siente tener en casa a tu papá...", o "¡Te copamos Río, brasilero pecho frío!" .

La noche tibia de invierno del sábado sirvió para recuperar fuerzas, sumar alguna hora de sueño en medio de alguna provocación con buen humor de aquí o allá.

La rivalidad más amigable de los hinchas ha dejado como testimonio fotos en grupo y abrazos entre colores.

Y desde que el sol rayó alemanes y argentinos han comenzado una alegre procesión desde insospechados rincones a dos destinos: el Maracaná y Copacabana.

En el estadio Maracaná 74.738 personas esperan la hora.

El sol tutela el escenario, hay viento frío por espasmos, quizá son nervios, y en las afueras están los brasileños más felices.

Los revendedores, que si debieron sacar de circulación todos los productos verdeamarillos, hoy agotan con expresivas ganancias sus existencias con aquellas camisetas y banderas albicelestes, o todo lo parecido con Alemania y su bandera, incluso la camiseta característica del Flamengo, que los de Joachim Löw acogieron como segundo equipamento.

Y afuera en el estadio los últimos revendedores desafían a la ley con entradas que pueden costar de 6.000 hasta 10.000 dólares.

Y a trece kilómetros del Maracaná, la emblemática playa donde se levanta el Fan Fest, que la FIFA calcula que concentra hasta 20.000 aficionados, solo por hoy podría llamarse 'Copaceleste' y si Lionel Messi levanta la copa del campeón al final del Mundial será 'Copargentina'. EFE

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